El momento fue hilarante. Ante la pregunta «¿Cuál es la comida favorita de Gloria Serra?», la reconocida y siempre formal periodista española respondió: «[…] los huevos en cualquier posición», causando la risa en los presentes. Para apoyarla, el entrevistador apuntó, «De cualquier elaboración», «Sí eso», dijo Serra, riendo.
Nuevamente punto para la estrechísima relación entre el erotismo y la comida, quizá como impronta básica que nuestro primer alimento provenga del seno materno. Dios tuvo un sentido del humor bastante bizarro al hacer de ese primer cuenco el objeto de deseo por excelencia. Al antropólogo Levi-Strauss señala que algunas tribus en Australia utilizan la misma palabra para «incesto» y «canibalismo». Coger y comer están más cerca que una cuestión lingüística. Existe algo excitante en el acto del comer y un deseo de comer a quien nos excita. Las muchas imágenes de foodporn lo asientan: plátanos con miel escurriendo y papayas húmedas y apetecibles juegan con el hambre y la perversión; no muestran nada prohibido, es nuestro lado oscuro el que las coloca en sitios —digamos— vergonzosos. Tal como lo vimos en la película Nueve semanas y media (9 ½ Weeks, 1986), donde Mickey Rourke y Kim Basinger cogen de manera intensa y en varios lugares, pero es la escena del refrigerador el pináculo del erotismo. Al pie de este, él le embute cerezas, gelatina, vino espumoso y fresas, más un chile serrano y por supuesto leche a borbotones para mitigar el efecto del picor en sus labios. Al final se embarran de miel y se la quitan a lengüetazos para después copular con intensidad. De más decir que la secuencia puramente sexual salía sobrando. Sobre esta correspondencia entre la cogedera y la tragadera descansa la narrativa poco política de La fiesta de las salchichas (Sausage Party, 2016), donde los personajes principales son —precisamente— una salchicha y un bollo, en los papeles del hombre y la mujer, respectivamente, claro está. La película es animada, en apariencia para niños, aunque no, y esto porque la ligazón entre la comida y el sexo no se da hasta la adolescencia, de ahí la confusión en la divertida cinta Hazme el favor (No Hard Feelings, 2023), cuando el protagonista —un imberbe joven que según requiere sexo para lograr su maduración— platica que la canción ochentera Maneater le da miedo, pues la letra habla sobre una mujer que come hombres, «Cuidado, chico, ella te mastica», dice el estribillo. La inocencia del joven no logra encontrar vínculos entre la actitud de una mujer que devora hombres cada noche en un bar y una antropófaga, para hacerlo tendría que mirar el sexo desde un lugar menos idílico y a la comida desde una posición menos nutrimental, y es ahí donde se cruzan que se genera el espacio perverso, perversión que se ha diluido en el cuento La caperucita roja, en donde la frase «¡Para comerte mejor!» no arroja algún sentido sucio, pero vaya que lo tiene, siendo que su autor, Charles Perrault, de origen miró la historia como una cargada de erotismo para prevenir a las niñas sobre los adultos abusadores.
Esta perversión que relaciona el comer y el coger se contiene día con día, se trata de evitar, hacer como que no está y si está hacer como que no nos interesa y si nos interesa hacer como que muy poco, pero son los eventos espontáneos como el de Gloria Serra que despresurizan la psique y suscitan una catarsis irrisoria, por ello después del exabrupto, la mujer solo alcanzó a decir «Lo vamos a dejar aquí. No puedo más. ¿Me puedo ir a mi casa con la poca dignidad que me queda?», pero el lapsus ya había ocurrido y su incosnciente expuesto, aunque no dijo nada, nada que de alguna manera u otra no hayamos pensado todos alguna vez en torno a la comida y lo sexual, a saber, que coger y comer están hermanados.
Por: Alejandro Ahumada