Existe un personaje en la Biblia que, jactándose de ser un gran individuo, practicaba la magia y hechicería, asombrando a todos con sus artes metafísicas, su nombre era Simón el Mago. Un día, Simón ofreció al Apóstol Pedro, un pago a cambio de su poder para hacer milagros y conferir al Espíritu Santo. Este acto, supuso la reprobación del Apóstol: “¡Que tu dinero desaparezca contigo, dado que has creído que el don de Dios se adquiere a precio de oro!”, le reprochó.
Es así, que el término “simonía” se entiende hasta la presente fecha, como una práctica que implica el intercambio de bienes espirituales o religiosos por beneficios materiales, debido a ello, y aunque ha sido más comúnmente asociado con la Iglesia, su presencia se extiende a otras esferas de la sociedad, incluyendo el ámbito gubernamental, donde la corrupción puede presentarse mediante el uso indebido del poder público para obtener beneficios personales o para favorecer a determinados grupos.
En este escenario, la simonía se manifiesta de diversas formas, puede incluir el soborno de funcionarios para obtener favores políticos, la venta de cargos públicos o la manipulación de estrategias políticas en beneficio personal. Estos actos corroen la integridad de los sistemas y desvían los recursos destinados al bien común hacia intereses individuales.
La simonía y la corrupción en los gobiernos mundiales, a menudo forman un ciclo vicioso. Los actos de simonía pueden facilitar la entrada de individuos corruptos a posiciones de poder, mientras que la corrupción puede generar un ambiente propicio para prácticas simoníacas. Este ciclo socava la transparencia, la rendición de cuentas y la equidad en la toma de decisiones.
Estos actos de corrupción, ampliamente previstos y sancionados en el andamiaje legal de nuestro País, con multas y penas privativas de libertad en los términos del Código Penal Federal, también encuentran su homólogo sancionador en la religión católica, ya que el Código de Derecho Canónico, cuerpo jurídico de la Iglesia, señala claramente que quien celebra o recibe un sacramento con simonía, debe ser castigado con entredicho o suspensión.
Es por ello que, erradicar estas prácticas nefastas requiere un compromiso global para fortalecer las instituciones, fomentar la transparencia y promover la integridad en todos los niveles de las administraciones públicas, y de paso, de las instituciones religiosas, máxime que la cuaresma ya comenzó y las prácticas de corrupción en el mundo parecen no terminar.
POR: ADÁN ALONSO