Los números son fríos, pero cuando hablan acerca del porno son —ciertamente— calientes. Como cada año, Pornhub, la empresa número uno en creación de contenidos para adultos, presentó sus estadísticas. Y así, en diciembre pasado supimos que México subió un escalafón más, ubicándose en el cuarto lugar mundial de países que ven pornografía, menos perversos que Estados Unidos, Filipinas y Francia —que ocupan el primero, segundo y tercer lugar, respectivamente—, pero eso sí, con más ganas de avanzar, pues apenas en el 2020 teníamos la deshonrosa décima posición. Seis escalafones en tres años, nada despreciable. Si las tendencias siguen así, estaremos en el pódium de la encuesta 2024. Además, las estadísticas presentadas indicaron que el tiempo promedio aumento 69 segundos por usuario, para un total de 9 minutos y 24 segundos por visita. Los hombres, como siempre, exponiendo su miedo a la castración al querer demostrar su potencia, pues su fetiche preferido, según los números presentados, son los videos de orgías. ¿El fetiche de las mujeres? Lesbianas. Sirva como dato extra que la mitad de visitas a la página de Pornhub son de mujeres.
Las vistas de videos transgénero van en aumento, dicen, y también dicen que —tras filipinas— ocupamos el segundo lugar en visualización pornográfica a través del celular: 92% de los gozosos lo hacen a través de un smartphone. Que las vistas a videos transgénero aumenten y se hagan desde un celular guarda relación. El celular se ha convertido en el significante de la privacidad, lo opuesto a lo público. Tradicionalmente el porno se disfruta de forma subrepticia, oculta, por la carga de vergüenza que conlleva. Muy pocos ven pornografía y mucho menos la disfrutan, o al menos ese es el comentario popular. Pero las indiscretas cookies, esa información de nuestro recorrido por internet que se cuela a los servidores y hace una cartografía del deseo virtual, desnuda con facilidad al sujeto moderno y se sabe que —a nivel mundial— cada segundo 30 millones de personas están fisgoneando sobre los placeres de la carne.
El rápido aumento de la visualización en los contenidos pornográficos en nuestro país puede entenderse con la supuesta normalización de lo sexual en los cuerpos. El softporn de los gimnasios, los cantantes de reguetón con sus letras ponderando el sexo casual, el auge de neoprostíbulos como OnlyFans y la decadencia de las imágenes de autoridad en la estructura social hace que algo que se mantenía soterrado, como el porno, esté siendo normalizado. Pero no nos confundamos, mantener la pornografía oculta es un síntoma social, normalizarla también lo es, pues esta no posee nada de normal. Que se consuma más pornografía no es tanto una postura de madurez con relación a los placeres sensuales, tampoco es una liberación del yugo cristiano y su conceptualización pecaminosa del cuerpo. Ocultarlo es tanto como exhibirlo, pues la represión está tan firme en la negación como en el exceso de nombramiento: tanto se habla de algo que se oculta su dimensión traumática, dicho en palabras más simples «Dime de que presumes…». Ni silencio, ni apología, debemos debatir. Lo monstruoso del sexo —en el sentido que es algo que nos interpela una y otra vez sin respuesta— aparece constantemente en los sueños, en los albures, en los lapsus, en las risillas ante un chisme picante y —en lo colectivo— se evidencia en las estadísticas que hablan de un aumento en el consumo de pornografía. La relación de México con el sexo es un tema candente que muchos miran caliente. Las ofensas de grupos conservadores que se dicen liberales cuando se habla de sexo lo expone: «Hablemos de sexo», acuerdan, «…pero solo en su dimensión reproductiva», aclaran, negando así su amplísima cualidad placentera. Una concepción errónea de la sexualidad convierte espacios lúdicos como Pornhub es centros de instrucción, en escuelas nocturnas y vergonzosas que hablarán de eso que en otros lugares se prefiere callar.
Por: Alejandro Ahumada