Es económica, es versátil, es ligera y es polémica. Las playeras se usan desde principios del siglo XX, pero es a partir de su segunda mitad cuando adquieren un papel protagónico en la vestimenta juvenil. De ser una prenda interior pasa a ser exterior, ropa para usarse sin nada encima, cambiando su sentido original de atuendo a instrumento de provocación.
«Nadie viste inocentemente», sentenció el semiólogo Roland Barthes, siendo precisamente en la playera donde esta máxima toma más sentido. Las personas ven en las playeras un espacio político para manifestar adhesiones o discrepancias sobre ciertos temas. Portarlas convierte al usuario en una máquina propagandística, desde las manipuladoras y kitsch que muestran el nombre de un candidato a un cargo popular hasta las que exhiben en grande el logotipo de la empresa manufacturera. Las playeras son un lienzo, una pared para grafitear. No hay nada inocente en portarlas, usarla es una declaración de principios que coloca al usuario de un lado o del otro, demarcando una distancia social con los demás. «Quién necesita un cerebro cuando tienes tetas», se lee en una playera femenina de la línea Abercrombe & Fitch, mientras la marca mexicana Cuidado con El perro expone en una de sus creaciones «No preguntes, sé un completo cabrón» o «Hazla tuya», que ante las muchas quejas presentadas fueron retiradas del mercado. Los lemas apuntan en varias direcciones, pero generalmente buscan producir ámpula en los lectores, van desde las jocosas con doble sentido («¡Arriba las minifaldas!») hasta las marcadamente sexuales («I want to fuck!»), desde las que presentan a Marx con un lema revolucionario hasta las que muestran a Jesús con una frase irreverente que posiblemente nunca hubiese llegado a decir. La misma playera, solo ceñida al cuerpo ideal, es ya motivo de polémica, esto lo saben en Hooters, restaurant patriarcal que oferta carne tanto en el menú como en el cuerpo de sus meseras al reclutarlas por la forma y turgencia de sus senos y no tanto por sus capacidades en el noble negocio de la restauración.
Un mayo pasado, un niño de 12 años portaba en su escuela un playera que tenía la frase «Solo hay dos géneros». Las autoridades le pidieron que se la quitara, pues pudiera resultar agresiva para sus compañeros; al negarse, el jovencito fue expulsado. El asunto escaló y se convirtió en un tema acerca del defender las ideas personales. En un video posterior de una declaración del menor ante sus profesores, este dijo que nunca mostró desacuerdo o presentó queja alguna sobre las banderas del orgullo gay que era ya común ver en su escuela, «¿Saben por qué?», dijo, «porque los demás tienen el derecho a tener sus creencias al igual que yo». El cuerpo, como emblema de subjetivización y enclave político contemporáneo se ha convertido en el centro de una polémica que parece no admitir discrepancias acerca del binarismo hegemónico que lo ha representado. Pensar diferente no está mal, lo aberrante es la intolerancia hacia las ideas no compartidas. Aquí la polémica no es la existencia de dos o más géneros sino la necedad de defender otro punto de vista acallando las voces disidentes.
El ejemplo anterior expone el poder de las playeras como instrumento ideológico, pero exhibe —además— la poca tolerancia ante lo diferente, queriendo encontrar signos agresivos en una frase que debe ser leída como una mera opinión. La política de la cancelación despide a personas de las empresas por pensar diferente, obliga a muchos a emitir comunicados ofreciendo disculpas y destierra a aquellos que considera indeseables. Bajo esta tendencia, las playeras, de los pocos espacios libres para expresión, contendrán ahora lemas acomodaticios, odas a los pensamientos polémicos y ratificaciones al gusto masivo. La playera como espacio discursivo disidente está amenazada en estos tiempos intolerantes que esconden en la frase «el respeto al otro» el miedo a la polémica y a la verdadera diversidad.
Por: Alejandro Ahumada