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Según los griegos, el mundo era un caos y Zeus le puso orden y mientras los dioses se asombraban de su magnificencia, él les preguntó si hacía falta algo y ellos dijeron que sí, «falta quién alabe tu obra prodigiosa con cantos y hermosas melodías». Y entonces, pensó en las musas.
¿Porqué hoy, algunos aún creen en «las musas»? Quizá porque les da vergüenza descubrirse románticos, tontos, expuestos y dejan que estos «seres etéreos», sean quienes dirijan su débil comportamiento: «¡Claro que no era yo, sólo estaba estúpidamente enamorado!»
Según Apolonio de Rodas, las musas pueden ser celestes, fluviales, marítimas, oceánicas y terrestres y de estas últimas, hay las que surgen de cuevas, de bosques o de lo alto de las montañas, pero todas, se hacen presentes no cuando las necesitamos, sino cuando a ellas se les da la gana, ya sea si estamos dormidos o si estamos en el baño. «La humedad» es el elemento basal de las musas, por ello innumerables fuentes son bautizadas en su honor, también se relacionan con el polen las flores y como las encargadas «trasportar la fecundación» en la naturaleza son las abejas, ellas representaban al amor: si las tratas bien obtienes «dulce recompensa», pero si las molestas, sabrás del dolor de su aguijón igual que en la pasión, cuándo la entrega es desmedida, vacía sus entrañas en lo imposible y muere.
Las musas son diosas y el actuar de los dioses no tiene límites, nuestro pobre pensamiento humano, sí, por eso es que no nos hablan, susurran suavecito en nuestro oído porque su voz produce una sacudida espiritual que lleva a la demencia a quien no está preparado ya que para ellas, los mortales tenemos sensaciones muy rupestres, salvajes, nos temen cuando deseamos que aparezcan y más si las invocamos burdamente, eso hace que decidan ser invisibles a nuestros ojos.
Apolonio cuenta que una sola vez fueron visibles para un hombre llamado Lámpasco que sin querer salvó a una musa de ser aplastada por su carreta. En agradecimiento se hicieron visibles sólo para él y le dieron su amor, pero como las musas son muy celosas, una noche ese hombre pronunció el nombre de una mujer que había amado en su Juventud mientras besaba a una de ellas, la abeja que servía de custodia dejó hundir su aguijón entre sus ojos y el hombre murió ciego.
Hay musas de corazón débil y otras poderosas que están relacionadas con los árboles, se dice que con ellas nacieron los abetos, encinos, pinos, sauces y ceibas, por eso los vikingos abrazaban árboles antes de soltar amarras, para invitar a las musas a navegar con ellas y juntos inventar canciones de marineros.
Por cierto, las musas nada tienen que ver con la palabra «música» o al menos con el uso vulgar del término, la entonación músical con que eran llamadas en el Olimpo señalan su propia voz como sagrada, ahí donde no cabe la tambora ni el regetón porque ellas representan lo más profundo del espiritu y la vocación de un artista, en todo el planeta. Por eso no sólo hay musas bajo el cielo griego, «Mnemósine» parió bajo todos los cielos, en todas las tierras, incluso, sobre todas las sábanas donde algunos reconocen su incapacidad de amar plenamente y prefieren lo burdo de la carne antes de escribir un verso con el aroma suave y perfecto de la piel del otro.
POR: Edmundo Juárez