La analogía que establece el premio Nobel de literatura 2023, Jon Fosse, entre la escritura y lo corporal genera interesantes líneas de debate. La musicalidad y la escritura es indisociable, dice, tanto como lo es el alma del cuerpo. «Un cadáver no es una persona», comenta el laureado, y tiene sentido, el cuerpo sin alma queda reducido a cosa, a recuerdo de lo que fue.
La inteligencia artificial sueña con la idea de imitar a la perfección lo humano, pues parte de la idea cartesiana que alma y cuerpo son separables conservando de alguna manera su cualidad de persona. Pero alma y cuerpo están imbricados, impensable el uno sin el otro. La psique —el nombre moderno que tomará el alma— se edifica con relación a lo corporal: no se tiene un cuerpo, se es un cuerpo, se ha dicho ya.
En la bizarra película del director Giórgos Lánthimos, Pobre criaturas (Poor Things, 2023), el tema está claro: a la hermosa Bella —Emma Stone— le injertan un cerebro ajeno, el de un infante, por lo que tiene que aprender todo desde cero, todo menos el deseo de libertad, ese que trae desde antes. Así, la protagonista aprende a caminar, a hablar, a leer y a coger. El director inteligentemente introduce el componente sexual como un elemento secundario que parece primario, sirviendo así como un mero distractor. Interpretar la película como un manifiesto erótico es caer en su trampa. Bella no es libre porque coge, sino que coge porque es libre, es decir, el coger es circunstancial, lo importante es la libertad, libertad que llega a ella en forma de recuerdo, pero no a través de su cerebro original porque este ya no está, le fue cambiado, sino a través de su cuerpo que aún tiene memoria en la forma de cicatrices: la cesárea y en la parte posterior del cuello. Así, el alma y cuerpo de Bella son uno solo, tanto que escapa dos veces del agresor: cuando tenía su cerebro inicial y cuando le implantan el nuevo. La dimensión sexual en la cinta representa la consecuencia del encuentro con el mundo, justo a la inversa como ocurrió con la película mexicana La tercera palabra (Julián Soler, 1956). En esta, Pedro Infante es criado en el monte, ajeno a la perversión social. Cuando Marga —el personaje de la actriz Marga López— llega a su vida funge como su instructora, misma con la que conocerá las letras, los libros y el sexo. El acto sexual en La tercera palabra es el punto de conocimiento, aquel donde Pedro Infante encuentran su camino y se liberta de su pasado salvaje. En Poor Things es al contrario, el sexo es consecuencia de una toma de decisión sobre el cuerpo, por eso al hacerlo es indiferente y —ante la mirada masculina— enfermo, tanto que amerita la ablación del clítoris de Bella. Bella no es libre porque coge, sino que coge porque es libre, y eso asusta a los hombres de su época… y de esta.
El cuerpo tiene memoria, no esa mecanizada que explican los neurólogos, sino de la otra, de la que está entremetida en cada pliegue de la piel, como cuando recordamos un beso y este recuerdo hace que nos ericemos, parecido a la somatización que ocurre en Pinocho, que cada mentira ocasiona que su nariz crezca, pues la culpa no lo deja en paz, o cuando a alguien quien le amputan un miembro este le sigue dando comezón. Alma y cuerpo, cuerpo y alma. «Un cadáver no es una persona», dijera Fosse.
Por: Alejandro Ahumada