Una erótica envuelve la región. La feria, instrumento oficialista para la exposición de orgullos gubernamentales, se funde en Tabasco con el concepto del carnaval. Feria y carnaval son antagónicos, uno pertenece al Estado y el otro al pueblo, pero en esta región calurosa la feria toma tintes carnavalescos, un espacio que despresuriza las tensiones generadas por meses, que hace olvidar la falta de empleo, la inseguridad, el pésimo desarrollo vial y la corrupción, por poner solo unos ejemplos. El carnaval es una fiesta pagana de excesos que hace uso y abuso de la carne —el cuerpo y la comida— sabiendo que no podrá utilizarse por intervención de la inminente cuaresma: una renuncia al coger y al comer, al menos como Dios manda. Los pecados son indiferentes en el carnaval, el cuerpo propio y la carne comestible serán protagónicos hasta el martes previo al miércoles de ceniza. Posteriormente llega la feria, un evento regulado, político y controlador, un espacio de diversión mesurada.
Pero no así en Tabasco. El cuerpo es todo durante la feria tabasqueña, es un carnaval sublimado. La gente baila, come, ríe, bebe; los grupos minoritarios ven ahí su espacio de expresión, una permisividad sexual muy diferente que el resto de año. La gente habla, y habla mucho. La gente habla, y hablan todos. Tal vez por ello en cada feria se vuelve cliché la palabra «algarabía», sustantivo obligado para referirse a la máxima fiesta de la región, término olvidado la otra parte del año, tomándose como significante de jolgorio, espectáculo y festejo. La algarabía es, según el Diccionario de la lengua española, «Gritería confusa de varias personas que hablan a un tiempo», vamos, un desmadre, siendo definida esta última malsonante palabra por el mismo Diccionario como «conducirse sin respeto y sin medida». Es feria, casi carnaval, está bien, de eso se trata en estos lares, de desmadrar. Cierto, aún no es feria como tal, pero la llamada preferia posee aquí la misma fuerza.
Tiempo de feria, también de elecciones. Y sucede que en esta región, sembrada con un particular realismo mágico, programaron el debate de los candidatos a la gubernatura y el desfile de carros alegóricos —un llamativo evento de preferia— el mismo día, ayer domingo 21 de abril, separados por muy pocas horas. El inconsciente colectivo del instituto organizador apareció y juzgó conveniente que el desmadre de los carros y el de los candidatos fuera casi simultáneo. Tiene sentido, lo que trajo a la mesa otra vez la consabida palabra «algarabía». Es tradición ya que en los debates políticos se empalmen las mutuas denostaciones y se pretenda acallar la voz del otro con insultos e improperios velados y no tan velados, una algarabía, pues, una «Gritería confusa de varias personas que hablan a un tiempo». El descrédito de la clase política la obliga a generar cómicos comportamientos para intentar conectar con un ciudadanía incrédula. Son campañas, todos ríen, todos prometen y todos abrazan. A lo anterior se le suman los grupúsculos que, como claqueros de teatro, les aplauden en cualquier oportunidad. Cada vez más en desuso es la frase del líder sindical Fidel Velázquez, «En política —como en fotografía— el que se mueve no sale en la foto». Hoy los interesados se mueven, bailan y gritan, creando una algarabía similar a la de la feria, una «Gritería confusa de varias personas que hablan a un tiempo», un desmadre con consecuencias orgánicas, ya que afecta la lateralidad cerebral al confundir la derecha con la izquierda.
Los carros alegóricos pasaron cerca del Instituto Nacional Electoral, lugar del debate político. No importó. Tanta algarabía había afuera como adentro.
Por: Alejandro Ahumada