El tema no es cosa menor. La superficialidad con que desde hace algunos años se mira la vida se ha institucionalizado. Ya no se cuestiona la banalidad, dado que ser banal es lo de hoy. Aquel texto de finales de los años sesenta de Guy Debor, La sociedad del espectáculo, donde se analizaba la exhibición y la diversión como única manera de deambular fue profético: si algo no entretiene seguro que no vale la pena, decía. En el cine esto es clarísimo: la proliferación de universos del comic o cintas de corte fantástico son el pretexto para el despliegue de luces, colores y movimientos que no son otra cosa más que un distractor para no percibir la banalidad del montaje. La diversión empieza desde los créditos y continúa más allá del final, en las llamadas escenas post-créditos. Nada queda fuera del esparcimiento.
Sí, si algo no entretiene seguro que no vale la pena. En un noble intento por acercar el trastorno de la epilepsia a la población en general, una fundación de la Ciudad de México organizó el pasado fin de semana un festival llamado Superhéroes contra la epilepsia dentro del parque de diversiones Six Flags. En la radio, el joven doctor que promocionaba el evento dijo: «Si hacemos una feria de información de epilepsia donde vayan especialistas [y] testimonios de pacientes, nadie va a ir […] ni yo iría, nadie iría, sería muy aburrido». La idea era que la gente en el parque viera proyectados en las pantallas contenidos relacionados con este tema, además de tener acceso a espacios para pláticas y más. No se cuestiona la intención de la Fundación sino las maneras en que busca acercarnos a temas tan importantes como este. Llamar «festival» o «feria» a un espacio que persigue concientizar solo refuerza lo superficial y lo insípido, dado el carácter de jolgorio y festividad que esas palabras poseen. No se hizo divertido un congreso sobre epilepsia, se pretendió hacer informativo un parque de diversiones. La ya clásica confusión de la gimnasia con la magnesia.
La tendencia por lo insustancial es un suave manto que se posa sobre la sociedad casi de manera imperceptible. Va un ejemplo local: motivados por un desviado concepto de «lo mexicano», se ha convocado al replanteamiento del escudo de Tabasco. Dejemos de lado las motivaciones del grupo impulsor de esta iniciativa y centrémonos en la propuestas en sí: arguyendo un escudo que enarbola lo ibérico y desestima lo mexicano, se presentó un nuevo diseño, ¡y ahí está el problema!, la mezcla de conceptos, la confusión de escudo con logotipo, pensando que la heráldica tiene que ver solo con el diseño gráfico. La heráldica —la disciplina que estudia los escudos— se vale de varias materias para ensamblar aquello que simbolizará un linaje. Si lo ensamblado es producto de un arrebato marinado con el desconocimiento el resultado es un bricolaje, un planteamiento gráfico sin sustento. Realizado con inteligencia artificial —arquetipo contemporáneo de la superficialidad— la propuesta del nuevo escudo exhibe, entre otros elementos, un lagarto devorando una serpiente, imagen tomada de un video viralizado hace poco en una laguna local, coincidente aunque barata alegoría con la creación de la Gran Tenochtitlán. La vacuidad del planteamiento lo hace pueril, sin respeto a lo que debe ser un escudo y sin conocimiento que lo mexicano es, en esencia, producto de la polémica fusión de los pueblos originarios y los españoles. En la plaza de las Tres culturas, en Tlatelolco, sitio donde fueron derrotados los mexicas, se lee en una placa, «El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en Poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy». No entender que lo mexicano pasa por el mestizaje, es no entender nada. El bricolaje presentado como escudo es un diseño sin peso, desimbolizado, siendo justo lo simbólico lo que debería sostenerlo. Un escudo debe ser garante, dar garantía sobre lo que representa. El filósofo Dany-Robert Dufour habla del simbolismo que posee el papel moneda de cada país europeo, billetes que muestran narrativas conformadas por los rostros, las fechas y los paisajes ahí representados. Pero cuando todo se homologó en el euro, el nuevo papel moneda perdió fuerza simbólica, dejando de ser garantía de algo, ya que solo se miran ahí impresos «puertas, ventanas y puentes», frías representaciones descontextualizadas.
Lo frívolo puede ser divertido, ocurrente y estar de moda, pero por definición carece de valor, y lo devaluado es barato y fácilmente olvidado. Convertir un congreso de epilepsia en feria o querer sustituir el escudo estatal por un diseño sin fuerza —y sustentado en memes— son solo dos ejemplos de la tendencia de evitar lo profundo y nadar en la superficie, en lo superficial.
Por: Alejandro Ahumada










