Karla Sofía Gascón, protagonista de Emilia Pérez y en la terna a mejor actriz en los premios Oscar, ha dicho que no hay nada entre las cintas de los hermanos Lumière y su más reciente película. Esto significa que El acorazado Potemkim, Metrópolis, El ciudadano Kane, Casablanca, Tlayucan, 2001 Odisea del espacio, Río místico, Interestelar y tantas más son meras notas a pie de página en la historia de la cinematografía, más aún, que entre 1885 y el 2024 todo lo filmado no valía el esfuerzo.
Es verdad del bache que se vive en el cine desde hace algunos años. Hoy las salas se llenan con precuelas, secuelas, spin-off, universos y remakes, síntoma que indica que la creatividad va a la baja. Ya no se propone, se toma lo ya hecho, se cepilla y se reutiliza, un reciclaje creativo con la mera finalidad de generar ingresos. Y en eso llega Emilia Pérez, una película que debe su popularidad a dos factores. El primero es que muestra un planteamiento diferente, se arriesga, se sale de los lugares comunes tomando el camino alterno, aunque con muy malos resultados al convertir un musical en una insufrible parodia y, por supuesto, bastante lejos del disparate aquel que la coloca como lo único interesante desde los hermanos Lumière. El segundo factor que sitúa a esta cinta bajo los reflectores es el abordaje de un tema candente como es lo trans, pensamiento progresista que Hollywood apoya sin parpadear, exaltando los comentarios halagüeños y convirtiendo a los críticos en transfóbicos. Dicho en otras palabras, analizar en forma negativa a Emilia Pérez no solo es reprobar las políticas transexuales sino que posiciona al juzgador en una categoría psiquiátrica al llamarle «fóbico». Ir contra el pensamiento transexual no significa ser transfóbico. El progresismo de nuestra época enfrenta a unos contra otros, haciendo ver enemigos donde no los hay al construir diferencias muchas veces imaginarias. En un reciente video, una maestra de preescolar hace público un mensaje vía celular que le envió la mamá de uno de sus educandos solicitándole que, por favor, no calificara las tareas con tinta roja pues ella y su hijo lo consideraban agresivo. Calificar con rojo, un nuevo tipo de violencia. Sorprendente.
El actual pensamiento hollywoodense se sostiene en la ideología woke, una dialéctica que encara a feos y guapos, gordos y flacos, pobres y ricos, blancos y negros, hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales y más, obligando a reconocer contenidos que dejan a un lado la calidad para concentrarse en el hecho de si fue realizado por algún grupo nombrado vulnerable. Si una minoría hoy levanta la voz las políticas reivindicadoras acallan a las demás. Al cargar de nominaciones a Emilia Pérez en los premios Oscar, Hollywood parece querer saldar deudas pasadas y asentar una postura sobre el movimiento trans, postura que diversos feminismos consideran la nueva vuelta de tuerca del patriarcado al querer los hombres ocupar espacios de mujeres —«un actor nominado a mejor actriz», dicen—. Para algunos, lo trans se mira como la nueva invisibilización de lo femenino, un borramiento generacional que ha tomado las formas históricas de bruja, sirvienta y, recientemente, las llamadas diosas del porno.
El arte es por naturaleza propositivo, lo que no significa que todo lo que se proponga deba ser considerado artístico. El plátano pegado a la pared, de Cattelan, es un buen ejemplo, una obra que intenta proponer lo que ya fue propuesto hace más de un siglo por Marcel Duchamp y su urinal convertido en fuente. Algo así Emilia Pérez, una película con intentos de algo que terminó mal ensamblada pero que las tendencias —por razones ajenas al arte— la llenan de elogios, aplaudiendo de pie a un rey que en realidad va caminando desnudo por la alfombra roja, tal como ocurrió con el plátano que fue vendido por más de seis millones de dólares, ¡una barbaridad!, pero no menor a las trece nominaciones de Emilia Pérez en los premios Oscar. Que gane o no, no cambiará nada.
POR: Alejandro Ahumada