Vivimos en un momento histórico en el que las innovaciones tecnológicas suceden a un ritmo que apenas nos da tiempo de asimilarlas. Cuando todavía estamos aprendiendo a usar una nueva aplicación, aparece otra más veloz, más intuitiva y con más funciones, la Inteligencia Artificial, simuladores 3D, animaciones hiperrealistas, experiencias inmersivas de realidad virtual, pareciera que la realidad superó la ficción y que se ha vuelto parte de nuestra vida cotidiana.
Un ejemplo reciente me dejó impactado en TikTok, una joven compartió cómo pudo “asistir” a su propia boda antes de que sucediera, gracias a un simulador 3D. El modelado de la fiesta, la decoración, el lugar… todo estaba tan bien recreado que parecía real, es increíble pensar que hoy es posible ensayar uno de los momentos más importantes de tu vida, antes de que siquiera ocurra.
Estos avances son fascinantes, herramientas como ChatGPT nos permiten escribir, programar o crear ideas en cuestión de segundos; los simuladores 3D nos ayudan a visualizar proyectos antes de construirlos; las animaciones digitales nos permiten contar historias con un nivel de detalle y realismo que antes era impensable, la lista crece día con día.
Y aquí es donde me surge una reflexión que considero crucial, la mayoría sabe lo que estas herramientas pueden hacer, pero no todos hemos explorado lo que podríamos llegar a hacer con ellas, y esa es una diferencia enorme, saber que algo existe no es lo mismo que saber cómo llevarlo al límite para crear algo realmente único.
Podemos tener frente a nosotros la computadora más potente del mundo, el software más avanzado o el modelo de inteligencia artificial más sofisticado, pero sin una visión clara, sin un propósito y sin creatividad, no pasarán de ser aparatos inertes, la tecnología es una paleta de colores infinita… pero nosotros seguimos siendo el pintor. Sin nuestra imaginación, las herramientas no tienen dirección. Sin nuestra curiosidad, no hay exploración. Sin nuestra capacidad de conectar ideas, no hay innovación real.
El riesgo de vivir en una era tan automatizada es que podemos caer en la trampa de la comodidad. La facilidad con la que ahora podemos obtener resultados puede hacernos creer que no necesitamos aprender más o que no vale la pena esforzarse en desarrollar habilidades nuevas.
Pero la historia nos demuestra lo contrario. Cada vez que surge una nueva tecnología, quienes logran destacar no son los que simplemente saben usarla, sino aquellos que encuentran un modo diferente de aplicarla. No basta con dominar la herramienta; hay que descubrir para qué nadie más la ha usado todavía.
Pienso que, en esta ola constante de innovación, lo que realmente marcará la diferencia no es quién tenga el mejor equipo, sino quién tenga las mejores ideas. Podemos tener acceso a la misma Inteligencia Artificial que una gran empresa, pero si nuestra propuesta es única, podemos competir en igualdad de condiciones.
La tecnología seguirá apareciendo, mutando y perfeccionándose. Y eso es bueno. Pero hay algo que ninguna máquina podrá reemplazar “nuestra capacidad de soñar”. La creatividad no se programa, se cultiva. Nace de nuestras experiencias, de nuestra curiosidad, de nuestra manera particular de ver el mundo.
En resumen, preparémonos, aprendamos, experimentemos. No dejemos que la facilidad de las herramientas nos quite la disciplina de pensar, porque el futuro no pertenece a quien tiene más tecnología, sino a quien sabe imaginar lo imposible… y atreverse a crearlo.
Por: Erick Canul Rodríguez











