Ya es septiembre. Otra vez. Y aunque no estoy regresando a clases, ni comprando útiles escolares, ni forrando cuadernos con papel contact (traumático, por cierto), igual me dio el golpe🥺💫. El golpe emocional, claro.
Es que ver a los niños con uniforme, mochilas que parecen pesar más que ellos, y esas caras de “¿en serio ya se acabaron las vacaciones?”… me desbloqueó recuerdos😭.
De pronto, mi mente ya estaba de regreso en ese primer día de clases: zapatos nuevos que me quedaban medio grandes, el desayuno a las prisas, los nervios por saber si me iba a tocar con mis amigos, y ese olor a salón recién trapeado que solo pasa el primer día.
Y no sé ustedes, pero septiembre tiene ese don de meterse donde no lo llamaron. No importa si ya trabajas, pagas impuestos o tu única mochila ahora es del gym. Algo en el aire —o en la lonchera ajena— te hace viajar en el tiempo.
Y te das cuenta de que crecer sí estuvo cool, pero también te robó los recreos✏️📚.
👉🏻Porque, seamos honestos, el regreso a clases era una montaña rusa emocional: emoción, nervios, sueño acumulado, y promesas internas tipo “este año sí me voy a organizar” (spoiler: nunca pasaba). Pero también había una magia especial: todo olía a comienzo. Todo era nuevo. Incluso tú.
Ahora, ver a los niños volver a clases desde afuera es como ver una serie que ya terminaste, pero que aún te hace llorar en los mismos capítulos. Porque ahí siguen: los lonches envueltos en servilleta, las cartulinas olvidadas a las 10:30 p.m., los lápices sin punta, los cuadernos con la letra más bonita del mundo… al menos las primeras dos semanas.
Y mientras ellos hacen fila para entrar al salón, tú haces fila en el banco. Ellos repasan las tablas de multiplicar, y tú revisas si ya cayó la quincena. Ellos tienen recreo; tú tienes 10 minutos entre juntas. Sí, crecer fue una trampa bien organizada.
Pero también es bonito sentir que algo tan cotidiano como el regreso a clases todavía nos toca el corazón. Porque aunque ya no estemos ahí, una parte de nosotros nunca dejó de ser estudiante. De la vida, del caos, del amor, del Excel. Lo que sea. Seguimos aprendiendo, y eso —aunque no nos den estrellitas ni “Muy bien hecho” con pluma roja— también cuenta.
Así que sí, septiembre me vio con mochila… Ahora me ve con responsabilidades, con horarios, con ganas de volver a esos días donde lo más difícil era no quedarte dormido en clase de Historia.
Y aunque ya no llene planas de caligrafía ni tenga lista de útiles, igual lloro un poquito cuando escucho esa campana. Porque no importa cuántos años pasen: el corazón siempre recuerda cómo se sentía el primer día de clases❤️.










