«Dios ha muerto», dijo Nietzsche, pero el legendario cineasta John Houston opinó, «Prefiero creer que Dios no está muerto, solo borracho». Su sacrílego comentario expresa la idea que el valemadrismo que vemos en la vida es consecuencia de un exceso de alcohol en la sangre del Creador y no tanto por su muerte. No importa si uno es humano o celestial, el alcohol altera, más el alma que el cerebro, se debe decir. «Borracho no come lumbre», expresa la frase que asume que algo del orden de la razón permanece sobrio mientras nos embriagamos; sin embargo, cualquier borracho llora o ríe sin aparente causa; abraza y besa con fluidez. Su razón continua estable, no así su espíritu. Tal vez por ello el llamarlas bebidas espirituosas.
Y ya con el espíritu alterado, todo cambia. Groucho Marx dijo que bebía para hacer interesantes a las personas. Buen punto. La bebida cura del tedio, de la insoportable cotidianeidad. Un espíritu alterado de vez en vez es necesario para continuar. Algunos entran en éxtasis rezando, otros al interior del temazcal, los hay quienes escapan del hastío existencial leyendo —«leer es vivir otras vidas», dicen con neurótica justificación—, pero existen quienes ven en la bebida el tónico para seguir avanzando. Si alguna película sostiene este argumento, es la celebérrima cinta de 1966 ¿Quién teme a Virginia Wolf? En ella encontramos tres personajes principales: Richard Burton, Elizabeth Taylor y la ginebra. Los dos primeros viven entre los reproches mutuos, la desgana y el fastidio de un matrimonio fallido. Son los muchos vasos de ginebra los que hacen su convivencia soportable. Una relación de tres. Un ménage à trois como tantos de los que existen en el mundo. Un no tan perverso trío. El humanista Erasmo de Rotterdam hizo de la locura el pretexto para continuar viviendo en pareja cuando la pasión se ha marchado, «¡Cuántos divorcios, o cosas aún peores que el divorcio, se verían a cada paso si […] el engaño y el disimulo no viniesen a sostener y conservar las costumbres y el vivir conyugal!», escribió. Muchas veces la locura —y otras tantas la bebida— hacen tolerable la convivencia marital.
Para varios, el alcohol es el mejor fármaco. «Bebo para olvidar», dicen, y ahogan sus cuitas amorosas y complejos en él. Es una verdad empírica: las penas con pan son buenas y con alcohol perecen ser mejor, no por su sabor, por supuesto, sino por sus efectos analgésicos. Esa es la causa del sinsentido del concepto «cerveza sin alcohol»; es como una salsa sin picor o la frase «frío que quema», una incoherencia, una estúpida contradicción que funciona a nivel poético y solo ahí. Para que la bebida sea bebida, debe embriagar. Con todo y ello, algunas angustias no se deslavan ni con el solvente más etílico. «Quise ahogar mis penas en alcohol, pero las condenadas aprendieron a nadar», confesó frustrada Frida Kahlo después de varios tequilas con los que pretendió sacar de su vida a su amado panzón. Ya sea para olvidar o por el mero gusto de sentir el sensual abrazo de Dionisio, es un placer convivir con quienes saben beber, con los que el exceso de un destilado los hace más elocuentes, más agradables, más empáticos, muy al contrario de aquellos borrachos impertinentes que no asumen su incontinencia y culpan al otro diciendo «Si ya saben cómo soy, pa´que me invitan».
In vino veritas, «en el vino está la verdad», dijo el poeta. Quizá las penas no se ahoguen con alcohol, pero el ego en definitiva sí. Al tomar, el espíritu se desinhibe, se ha comentado, y las verdades atoradas en el cuerpo finalmente salen, pues el celoso cancerbero que las custodia se muestra indispuesto. Sin ego, somos infantes despreocupados, lactantes que maman alcohol de una teta divina. Embriagados, el imperativo social no nos importa y regresamos a una animalidad que suprime al superyó. Probablemente esa es la causa por la que Hemingway recomendaba escribir ebrio. El alcohol nunca es el problema como tal. ¡Qué pena por aquellos que se avergüenzan de un gusto por él! La cuentista Dorothy Parker lo expresó con delicioso cinismo, «yo no soy una escritora con problemas de bebida. Soy una bebedora con problemas de escritura». Respaldo lo dicho.











