El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sorprendió al mundo al revelar la cúpula dorada, un escudo de defensa que describe como revolucionario.
Con esta “cúpula dorada”, Trump busca instalar en órbita una barrera capaz de detectar y derribar misiles de cualquier punto del planeta, incluso desde el espacio, antes de que crucen el cielo norteamericano, una promesa que cambiaría la seguridad global.
Presentado oficialmente en el Despacho Oval, el concepto recuerda a la Cúpula de Hierro israelí, pero va más allá al operar desde el espacio y concentrarse en misiles que hoy desafían a la tecnología convencional.
En el corazón del plan, la cúpula dorada y Trump cuentan con Elon Musk, Palantir y Anduril, firmas que buscan suministrar piezas clave.
Reuters explica que SpaceX propondría un modelo de “suscripción” donde el Gobierno pague por acceso continuo, acelerando el despliegue, aunque ceda control sobre la evolución del sistema, lo que preocupa al Pentágono por la posible dependencia tecnológica estratégica global.
China calificó la iniciativa como una amenaza que “socava la estabilidad global”. Pekín advierte que un sistema antimisiles orbital violaría el principio de uso pacífico del espacio, impulsaría la carrera armamentística y rompería el equilibrio estratégico.
Analistas alertan que la dimensión geopolítica será tan compleja como la técnica, pues cualquier éxito podría provocar respuestas similares de otras potencias.
La «cúpula dorada» tendrá un costo estimado de 175,000 millones de dólares y se prevé que esté terminada hacia el final del mandato de Donald Trump, en 2029. El proyecto de ley de presupuestos incluirá, además, una partida inicial de 25,000 millones de dólares destinada a impulsar su construcción.
Aun así, la “cúpula dorada” y Trump se han convertido en sinónimo de una apuesta histórica: si funciona, Estados Unidos dispondría del primer paraguas láser contra misiles hipersónicos; si fracasa, quedará como un recordatorio del alto costo de intentar blindar el futuro desde la órbita.
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