Un reconocimiento a los 838 actores y los miles de danzantes que pusieron alma, disciplina y corazón en cada escena. Su talento colectivo transformó el Zócalo en un escenario de memoria, emoción y orgullo histórico.
Un legado que inspira
Este homenaje artístico recordó que Tenochtitlan no es fósil, sino raíz viva. Bajo un cielo de tambores y penachos, la identidad mexicana resurgió en cada movimiento y en el corazón de quienes hoy la mantienen fuerte.
Un homenaje que revitaliza nuestra memoria colectiva, celebra nuestra identidad indígena y nos recuerda que la grandeza de México brota del origen, del orgullo y del valor de asumir nuestras raíces como fuerza para el presente.
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Grace Bravata










