En esta tendencia de dedicar un día para todo, el 11 de junio fue el Día del juego. La ONU lo establece en 2024 como una fecha para recordar la importancia de esta actividad en los niños y el fomento a la participación de la población en general en diversas actividades lúdicas.
En los niños —y solo en ellos—, jugar es algo serio. Es la manera en que se integran a la comunidad. Pero bajo el mandato social que insta a todos —especialmente a jóvenes y adultos— a divertirse y ser felices, jugar parece ser la manera de conducirse por la vida. En una sociedad que rechaza el dolor y la tristeza, el jugar se impone como filosofía. Para evitar la patologización por el dolor del alma hemos pasado a la represión gracias al juego. «¡La vida es un juego!», es escucha, no en el sentido de un espacio para divertirse sino en la idea que nada debe tomarse en serio. Conclusión peligrosa.
En los niños, jugar no es un espacio alterno, es el único lugar para poder vincularse y fortalecer sus habilidades. Es un puente para entender conceptos abstractos como lealtad, responsabilidad, trabajo, prudencia, muerte y más. De joven y adulto es justo lo contrario, es el lugar de distracción ante la vida misma. Se entiende, entonces, el juego en los adultos como ese paréntesis que posibilitará el día a día, no como filosofía de vida, porque una cosa es ser feliz en el sentido aristotélico y otra es estar siempre jugando. Lo primero conlleva una carga de responsabilidad, un tomarse en serio las acciones para que la consecuencia de esto sea la satisfacción por un buen vivir, la eudaimonía que tanto pregonaba Aristóteles. Lo segundo se instaura más en un valemadrismo existencial que descarta todo lo que sea complicado y cause esfuerzo. El «síndrome del influencer juvenil» —si se me permite un término— es un claro ejemplo: habiéndose dado cuenta que el reconocimiento y el dinero llegan de manera fácil y sin sacrificio, gracias a los micromecenazgos y demás monetizaciones, el joven influencer concluye que la vida en sí es un juego. «Sacrificar» significa ofrendar algo, no cualquier cosa, algo que duela, por ello lo recibido se valora, pues para obtenerlo debimos renunciar a lo querido. Lo recibido sin esfuerzo, sin sacrificio, no es valorado.
¿Y cómo no pensar de esta manera?, si la misma educación académica se vende como algo que en esencia debe ser lúdico y sin esfuerzo. Eduteiment, le llaman, un anglicismo simplista que fusiona los verbos «educar» y «entretener». «¡Haz tu carrera de manera fácil y divertida!», ofertan algunas universidades. Siendo así, «¿para qué pasar por la universidad misma, si para facilidad y diversión está la vida?», es la conclusión de muchos. Pero las matrículas no han bajado, aunque sí el nivel académico. Sosteniéndose en la idea que lo importante es jugar y divertirse, la Universidad se mira como un trámite y no como un puente para el verdadero crecimiento personal. «En 2024 ¿quién va a la escuela?», preguntó con seriedad La Venenito, el niño travestido que se ha hecho famoso por… nada.
Cuando el veinteañero Goethe publicó en 1774 su hermosa novela Las aventuras del joven Werther, la crítica —conformada por cincuentones y sexagenarios— atacó su obra por inmoral e impúdica, poniéndola de ejemplo de cómo la juventud de la época estaba perdiendo sus principios. Esto deja en claro que cada generación se queja que la más reciente es inculta y rebelde. Ahora, resaltando los valores de esta joven generación —la llamada Z y Alpha—, es innegable la brecha cultural que existe. No solo es un olvido a los libros, sino una apatía y desgana ante el dato duro, ante la fecha referencial y ante la puntualidad del nombre. Esta indiferencia con tintes de desprecio a la cultura surge por lo compleja y engorrosa que puede ser, prefiriendo lo anecdótico, el dato fácil, la conclusión confortable y la noticia espuria, todo ello decantado del juego, del jugar, y jugar —siendo adulto— es no tomarse en serio algo, pues, como dicen, «quien aprende jugando, juega a aprender».
Equiparar la vida a una tómbola es demeritar el esfuerzo y el estudio. Decía el chiste que «el único lugar en que el Éxito está antes que el Trabajo es en el diccionario». Se puede obtener un título universitario jugando o estar en boca de todos haciendo bufonadas en las redes, pero esto está muy, muy lejos, de lo que es la verdadera educación y la fama. Lo educado y lo afamado no surge de un juego, eso es cosa seria.
POR: Alejandro Ahumada











