El meme es en verdad triste, dice en la parte superior: «Como cuando te preguntan algo de tu carrera», y abajo una imagen de un joven universitario con actitud divertida responde «¡No sé ni madres, jajaja!». Este actual seudo chiste refleja la postura de muchos ante el saber. Es un síntoma del llamado síndrome Dunning-Kruger: mofarnos de nuestra incultura. Ignorar no es malo, ignorar que se ignora, sí. Muy diferente de aquella humildad socrática al reconocer que lo único que se sabe es «nada». Dicho en palabras parroquiales: no se puede ser pobre y orgulloso.
En tiempos de la simulación, diploma que no se exhibe no existe. Este debe pasar por un proceso de certificación virtual donde más extraños que propios tienen que avalarlo a través del like. Parece que es más importante cacarear el huevo que el huevo mismo. Pero esta no es una crítica a la normalización de la ostentación, sino a la postura que el sujeto y las instituciones contemporáneas asumen ante el conocimiento. La función de muchos centros de estudio solo es otorgar diplomas, y el de otros tantos alumnos recibirlos. El intelectual Ivan Illich escribió que se confunde «promoción al curso siguiente con educación, diploma con competencia y fluidez con capacidad para decir algo nuevo». Solo que el saber —el saber verdadero— pasa por otro lado, no por los canales narcisistas que requieren la autopromoción, sino por el cuerpo mismo. Sí, el saber pasa por el cuerpo. El psicoanalista Massimo Recalcati insiste que «toda enseñanza que lo sea de verdad impulsa el amor, es profundamente erótica». Esto es, lo aprendido debe permear la piel y llegar al alma. «¿Para que se estudia?», ante esta pregunta la respuesta común es «Para obtener mejores ganancias económicas», dejando de lado el amor al conocimiento. Estudiar como demanda capitalista anula el eros del saber y no distingue lo indigno que implica burlarnos de nuestra propia ignorancia. Estudiar libera, principalmente de las ataduras sociales que obligan a la acumulación de diplomas y títulos —muchos de utilería— y que tantos tienden a presumir. Dicen por ahí, «Si tienes que colocar tu grado académico antes del nombre de pila… entonces debes seguir estudiando». Cierto. La educación comprometida debe impulsar la emancipación del sujeto, donde lo importante sea qué hace con lo que sabe y no lo que sabe en sí. La libertad es consecuencia de la —verdadera— educación.
Hegel volvería a morir al ver la imagen que destruye su dialéctica: papelerías ofertando Tesis en no más de 4 horas. Todo un trabajo de investigación reducido a su mínima expresión gracias a las nuevas tecnologías. La Inteligencia Artificial ha artificalizado gran parte del saber. Los estudiantes, creyendo que el documento acredita el saber mismo, se centran en presentar la tesis sin detenerse en el conocimiento que su elaboración produce. Hacer una tesis o un ensayo tiene como finalidad abordar lo que se sabe para llegar a lo que se ignora, aunque en la actualidad lo más importante parece ser la presentación del escrito para obtener una nota aprobatoria. Pero «aprobar» (approbare) no es solo pasar al siguiente nivel, es también recibir el aval de un tercero que considera que lo presentado es digno, solo que la dignidad en épocas egocéntricas se colapsa al centrarse en la aceptación de los otros. ¿Qué importa si el trabajo realizado lo elaboró la Inteligencia Artificial o si el diploma que nos entregaron no representa el poco esfuerzo con el que se obtuvo? La dignidad es aquí innecesaria. Lo significativo parece estar en el reconocimiento del reconocimiento (sic). En los likes. Pura sustancia sin esencia, que para que el que ignora lo que ignora no tiene mayor relevancia.
Por: Alejandro Ahumada