Circula por ahí un videochiste sexual donde un padre cuestiona a su hijo adolescente acerca de que encontró en la casa una regla escolar con una marca en el centímetro número 22, por lo que el chico se disculpa avergonzado. «No hay problema», dice el comprensivo padre. «¿No estás enojado?», pregunta el hijo, a lo que el otro aclara orgulloso «No, yo también hacía eso de joven». «¡Wow!», se asombra el púber, y remata diciendo «¿A ti también te entraban 22 centímetros?», ante la cara de sorpresa del progenitor que deja de mirar a su vástago como un potencial semental para imaginarlo ahora como un homosexual pasivo.
Los chistes son más que solo ocurrencias, son una efectiva válvula por donde la energía psíquica se disipa a través de una narrativa que sublima temas que de otra forma serían inabordables. El chiste citado admite muchas lecturas, una de ellas deja en claro la obsesión masculina por las cantidades y medidas, ya sea en positivo —lo que sale, es decir, el pene— o en negativo —lo que entra, esto es, sexo anal—.
Las cantidades son una metáfora de poder, de potencia. Los hombres fanfarronean orgullosos acerca de la alta velocidad a la que corrieron su vehículo el día anterior o cuántas copas resisten tomar en una velada; otros convierten el solitario placer de la lectura en un ranking público, etiquetando a Ana Karenina y El Quijote en los libros ocho y nueve terminados en el año; otros más presumen la cantidad de eyaculaciones en una noche de placer, las mujeres seducidas en una década, los goles anotados por su equipo favorito, el precio del auto recién comprado y los kilos que levantan en un movimiento de envión. Igualmente, es esta insistencia por las cantidades la que sostiene la pregunta que trata de saber con cuántos hombres su pareja ha estado. Cierto, algunas mujeres se inclinan por el juego de los números, pero ni los feminismos más recalcitrantes negarán la propensión masculina a la numeralia. Tiene sentido, la masculinidad debe ser constantemente reforzada, así sea una «masculinidad homosexual». El chiste citado no tendría razón de ser si fueran madre e hija platicando acerca de los 22 centímetros marcados en la regla, pues ¿cuántas mujeres se desvelan pensando la cantidad que les entra? Lo dicho: las cantidades—como metáfora de poder— son un asunto masculino.
¿El tamaño importa? Esta pregunta cliché coloca al hombre en una posición defensiva obligándolo generalmente a responder que «sí», pues si dice lo contrario es claro que él no fue tomado en cuenta por el dios Priapo y su majestuoso falo. ¿El tamaño importa? La pregunta resulta harto chocante para muchos y muchas que ven en ella una proyección de los miedos masculinos al abandono. ¿El tamaño importa? La idea generalizada que mira en el pene una metonimia de lo masculino responderá que sí, pues la fórmula es: a mayor tamaño mayor hombría. ¿El tamaño importa? Los sexólogos —apegados a la anatomía— dirán que no, ya que solo bastan poderosos cinco centímetros para llegar al mítico punto G. ¿El tamaño importa? Para la ninfómana —otra proyección del miedo masculino a la sexualidad femenina— la respuesta es sí, siendo ese uno de los requisitos para encontrar el placer que, dentro de su fantasía, saciará el deseo.
La estética de la pornografía mainstream ha colonizado el imaginario colectivo reduciendo lo masculino no solo a un pene, sino a un pene mayúsculo, evidenciado en los arquetipos de los cuerpos hiperfálicos ahí mostrados. El miembro diminuto es una afrenta a la masculinidad, de ahí la cantidad de ofertas que se miran en los portales porno y que prometen un agrandamiento a través de cremas, ejercicios o intervenciones quirúrgicas. Por ello, mirar pornografía —y su consecuente publicidad— es un recordatorio que el falo siempre requiere ser medido —incluso hacia adentro, como lo hace el joven del chiste inicial—, pues para estas narrativas mucho sigue siendo poco.
¿El tamaño importa? La pregunta debería debe leerse desde otra posición, una que no interpele al pene en sí sino al sujeto al cual está unido y su neurosis de abandono. ¿El tamaño importa?, ¡pues claro!, si no la pregunta no se plantearía con tanta frecuencia en lo cotidiano, pero el tamaño importa más bien desde una casuística, es decir, caso por caso, sujeto por sujeto y no apuntando tanto a un asunto anatómico como sí a un miedo a la castración de quién pregunta.
POR: Alejandro Ahumada





