El 1º de junio, cerca de 13 millones de mexicanas y mexicanos salimos a votar por las futuras personas juzgadoras. La jornada se llevó a cabo entre el abstencionismo y el uso de los llamados “acordeones”, una nueva técnica para hacer efectivo el voto corporativo. Conforme avanzaban los cómputos distritales, estatales y nacional, salieron a la luz prácticas irregulares en más de 800 casillas, las cuales no fueron computadas en el resultado final.
A lo anterior hay que agregar la falta de reglas claras por parte de las autoridades electorales en materia de fiscalización, así como las fallas en los Comités de Evaluación para la selección de perfiles y la verificación del cumplimiento de los requisitos de elegibilidad. Esto último provocó que el Instituto Nacional Electoral pospusiera, hasta el miércoles de esta semana, la calificación de la validez de la elección de magistraturas y personas juzgadoras de distrito.
El balance de este primer ejercicio para elegir jueces y juezas no es positivo. La consecuencia lógica es que deben hacerse ajustes a todo el diseño legal del proceso electoral judicial.
La elección por voto popular de quienes imparten justicia en el país no dará marcha atrás. Necesitamos proponer mecanismos y acciones para hacer viable la elección judicial, una vez pasado este primer ejercicio.
Para llegar a ese escenario, les hago una invitación: necesitamos cambiarnos el chip. Hacerlo no implica estar de acuerdo con la nueva forma de elegir a titulares de la judicatura, sino asumirlo como una muestra de resiliencia ante un panorama ajustable, pero inamovible.
Esta idea se explica muy bien en la película Los dos Papas. En una escena vemos un debate entre el Papa Benedicto XVI y el cardenal Bergoglio (antes de ser el Papa Francisco). El Papa le reprocha haber abandonado posturas como el rechazo al marxismo y al matrimonio homosexual. Ante ese cuestionamiento, Bergoglio responde que cambió. Benedicto insiste: “transigió”, a lo que el cardenal responde: “No, no transigí. Cambié.” Y remarca que son cosas distintas.
Eso es precisamente la resiliencia: la capacidad de adaptación frente a escenarios adversos. Implica transitar en medio de contextos complejos, que nos retan, pero en los que aún podemos incidir para generar transformaciones. Nuestro sistema de justicia requiere justo eso, especialmente en momentos como el que atravesamos.
El balance de esta renovación judicial tiene aspectos poco alentadores, pero los tiempos demandan nuestro compromiso con el acceso a la justicia en condiciones de igualdad para todas las personas. Estar en contra de la elección por voto y demostrarlo no acudiendo a las urnas no resuelve los problemas de nuestros tribunales, así como tampoco lo resuelve votar por sus titulares. Sin embargo, debemos avanzar en la construcción del aparato judicial con las herramientas que tenemos.
Si la justicia no cambia, debemos hacerla cambiar. No solo incidiendo en la selección de titulares, sino en el diseño de las normas y de las instituciones. Para construir la justicia que queremos es necesario dejar atrás muchas prácticas y prejuicios. Cambiar, mas no transigir.










