En la antigüedad era conocida una pócima que se administraba para despertar en el otro deseos amorosos, al beberla era fácil sentir atracción por quien la otorgó, una suerte del «Felices por siempre» que se ve en la película Shrek o los tan recurridos «amarres» solicitados aún hoy por desesperados que ven que el amor de su vida se aleja. El citado mejunje recibía el nombre de «philtrum», palabra que contiene el prefijo philos, como en filantropía o en pedofilia. Philos es atracción, amor o deseo. Finalmente, el philtrum se castellaniza en filtro, como el aparato que depura del agua o el recurso que embellece las fotos que se suben a redes sociales. El filtro hace al agua tomable y a la persona deseable.
Hace unos meses, una usuaria de TikTok expuso su experiencia al encontrarse por vez primera frente a frente con su relación virtual. Dijo que aquel le pagó el boleto de avión para que se trasladara de Massachusetts a Washington. Emocionados por al fin conocerse, el hombre decidió declinar sus intensiones amorosas apenas la vio. La mujer —identificada como Ninoska Rodríguez— narró que el chico al apreciarla sin filtros retiró su oferta y con ella su cuerpo del lugar, se fue, dejando a Ninoska sola. «No quiso nada conmigo […] Después de conocerme sin filtros», escribió en sus redes acongojada, seguido de un triste emoticón llorando. «¡Desgraciado!» opinaron algunos solidarizándose con ella ante la falta de sensibilidad del hombre. Sin embargo, el arrepentido joven no hizo otra cosa más que responder a los llamados de su cuerpo por el decaimiento de los efectos narcóticos de una droga. Sin esta, el cuerpo recupera la homeostasis volviendo a ver la realidad como es. La mujer dio a beber por semanas philtrum al joven causándole efectos de limerencia, de loco amor resulta de las propiedades psicotrópicas del brebaje, un brebaje no físico, sino virtual, pero que no le quita su calidad de real. El antiguo philtrum transformado en el actual filtro tiene las mismas propiedades, hacer más deseable a quien lo consume.
El filtro digital que se utiliza en las fotografías o videos de las redes sociales elimina el «excedente de cuerpo» que causa malestar a una sociedad adiestrada en gustar de lo impoluto e inodoro, es decir, se anhela un cuerpo que no presenta imperfección, que no huele y no excreta. El —natural— cuerpo grotesco a través de los filtros se convierte en un objeto de consumo abrillantado que no produce fricciones y no genera rechazo. El filtro filtra, en otras palabras, depura y purifica, limpia al tiempo que elimina las «impurezas» físicas como arrugas, manchas, tonalidades latinas o atributos tercermundistas, aunque también ayuda con las corrupciones del espíritu canjeando a una persona anodina e insignificante por una eminente y fascinante. El filtro es apariencia pura, y «las apariencias engañan», repiten por ahí. Lo aparente es lo que parece y no es. El filtro ahorra el viaje, hace economizar el tiempo y el esfuerzo que se requiere para llegar a ser eso que se desea. El filtro navega en la superficie, es superficial, contrario a lo profundo, ese lugar de lo trascendente y lo reflexivo, espacio que poco a poco va perdiendo importancia al ir cediendo el lugar al maniático deseo actual de querer agradar.
Ante la ausencia de philtrum, el enamorado debe esforzarse para lograr los favores de su amada. Ya no hay fórmulas mágicas o embrujos solucionadores, todo depende de él o de ella. Sin filtro virtual el sujeto se exhibe tal cual, gordo, flaco, viejo, manchado, pobre o ignorante, vamos, humano.










