El general francés Charles de Gaulle dijo medio en broma, medio en serio, «¿Cómo quieren gobernar un país donde existen más de 246 tipos de queso?», refiriéndose a la invasión alemana a Francia durante la Segunda Guerra Mundial. El argumento del militar era que la complejidad de su país se evidenciaba en la abundante producción de un alimento del que no eran necesarias más que cuatro o cinco variantes: el queso. Algo así pasa en México con su comida a base de masa, sustento que se ha diversificado casi ad infinitum. Cuando el dios mexica Xipe Tótec nos regaló la nixtamalización, los mexicanos encontramos ingeniosas maneras de darle forma al mismo producto a través de empanadas, tlacoyos, molotes, tacos, tostadas, memelas, quesadillas, huaraches, gorditas, chalupas, garnachas y mucho más. Sí, tal como los franceses, lo enmarañado del mexicano empieza desde la comida misma, pues algunos jurarán la gran separación anatómica entre un panucho y un salbute, diferencias que para otros es inexistente.
Los alimentos a base de masa se nombran de manera genérica «antojitos». Pero para el mexicano el antojito es mucho más que un antojo chiquito, es todo un universo culinario. El antojito se prepara rápido, con dos o tres movimientos de las manos, pero nunca osará inscribirse en la Fastfood, esa aberración culinaria de sangre anglosajona que ha tomado como canal de distribución a las franquicias. La arquitectura del antojito es sencilla, que no simple, pocos ingredientes pero revestidos de una fuerte carga simbólica, ¿por qué entonces no se eleva su estatus a «antojo»?, ¿por qué «antojito»?, ¿por qué en diminutivo? De forma simultanea, este popular alimento expone tanto la riqueza cultural de un pueblo como su fragilidad. «Espérame tantito», «Voy en un momentito», «Al ratito llego», decimos de manera amable pero indecisa cuando no queremos comprometernos con el tiempo. El antropólogo Roger Bartra dirá en su jaula de la melancolía que la esencia eternamente juvenil del axolote —ese animalejo endémico de nuestro país— abrazará el espíritu del mexicano, reflejándose en su no responsabilidad ante la vida. El mexicano es alegre, dado al festejo eterno, al desmadre, por ello los compromisos serios siempre se pospondrán para «al ratito», un tiempo que puede fluctuar entre cinco minutos o la eternidad misma.
La costumbre a estirar el tiempo para no afrontar obligaciones familiares, deudas y responsabilidades laborales o personales también se extiende a cantidades. Una vergüenza disfrazada de modestia está en la respuesta a cuando nos ofrecen de comer, «Sírveme un poquito, por favor», o al justificar un acto que no debió haberse hecho, «¿Qué tanto es tantito?». Nuestro pasado colonial, sostenido en un sistema de castas, emerge de vez en vez en la actualidad al solicitar «por favorcito» una ayuda. En la intimidad la cosa no cambia. Acostumbrado a mirar con guasa el acto amatorio —que no es lo mismo que mirarlo con humor—, el macho mexicano, caricatura de la hombría, seducirá a la mujer con el pueril argumento que tendrán poquito sexo, tantito, «Solo la puntita», pretenderá convencer con torpe argumentación. La puntita, la gran mentira del amante desesperado. La puntita, medida ambigua que ronda entre un centímetro y todo el cuerpo fálico. La puntita, promesa vacía de la conservación de la llamada inocencia. «Fue la puntita. Soy casi virgen», se ha escuchado por ahí.
Hay algo en el diminutivo que despresuriza la culpa en el mexicano, permitiéndole caminar sin deudas por el mundo, sin vergüenza por ser lo que es y sin recato por venir de donde vino. Los amarres mentales que hacen que el antojito no se inscriba como antojo —sin diminutivo— con todas las de la ley es el mismo que dilata el tiempo en el «momentito» e impide penetrar en toda su extensión penil. Parafraseando a de Gaulle, ¿cómo entender a un país que mira su gran aporte culinario como un mero aperitivo —un antojito— que posterga sus compromisos en un tiempo indeterminado —un momentito— y que se dice altamente sexual pero que preña a las mujeres —y estas se dejan preñar— con solo una fracción del miembro —la puntita—. Raro.
POR: Alejandro Ahumada










