Durante el sexenio de AMLO, la corrupción no se erradicó como prometió; por el contrario, México retrocedió dos posiciones entre 2018 y 2024, alcanzando así su puntuación más baja según el índice de Transparencia Internacional.
Durante la administración de López Obrador, la esperada erradicación de la corrupción no se materializó, por el contrario, México sufrió un retroceso de dos lugares entre 2018 y 2024, alcanzando su puntuación más baja en el índice de Transparencia Internacional.
El reciente Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) 2024 nos presenta un panorama desolador: México, con apenas 26 puntos de 100, se coloca en el lugar 140 de 180 a nivel mundial, ocupando el último lugar en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
México al caer 14 lugares en el ranking, obtiene la peor calificación en corrupción en los últimos treinta años: hay más corrupción en el país que con Peña Nieto.
Este escenario no solo es un estigma internacional, es un grito de alerta ante un retroceso alarmante en la lucha por la transparencia y la justicia, frente a la dinamitación de instituciones democráticas.
En un país donde la corrupción ha tejido una compleja red que atenta contra el progreso y la equidad, los datos son innegables. Al situarnos justo por encima de naciones como Venezuela, Guatemala y Honduras, estamos reflejando una realidad que mina la esperanza de millones de mexicanos que aspiramos a un futuro más justo.
La corrupción no es un fenómeno aislado; es un mal estructural que alimenta la impunidad y la desigualdad. Mientras Chile y Brasil avanzan en sus esfuerzos por erradicar la corrupción y establecer gobiernos transparentes, México se encuentra por debajo de Pakistán o Bolivia y junto a Nigeria y Uganda.
La corrupción afecta el desarrollo y a las personas más pobres: desalienta la inversión, produce una asignación ineficiente del gasto público, además de la ejecución deficiente de las políticas sociales.
Hoy, el país se encuentra atrapado en el ciclo vicioso de corrupción e impunidad. Es momento de cuestionarnos qué tipo de país estamos construyendo y las consecuencias de este retroceso —más allá de las cifras—, se sienten en la cotidianidad: en las dificultades para acceder a servicios básicos, en la ineficiencia burocrática y en la falta de oportunidades para nuestro desarrollo.
Por si fuese poco, la violencia y la corrupción en México empeoran, mientras los gobernantes parecen evadir el problema. Como sociedad, debemos exigir rendición de cuentas y fortalecer nuestras instituciones.
El verdadero enemigo de México está en casa, es la cultura de la tolerancia a la corrupción, la indiferencia ante la impunidad y la comodidad de la ignorancia. México no se está hundiendo por amenazas externas, sino por nuestra incapacidad de cambiar lo que nos destruye como nación.
La lucha contra la corrupción inicia en cada uno de nosotros, desde el voto informado hasta el rechazo a la complicidad. Solo así, podremos vislumbrar un México renovado, donde la honestidad no sea una excepción, sino la norma.










