¿Cuál es la moral de nuestra época? ¿Qué ética sostiene los corridos tumbados, el reguetón explícito y el OnlyFans, por ejemplo? ¿Qué faculta el integrar al lenguaje cotidiano palabras consideradas tabú hasta no hace mucho? ¿Por qué creemos que podemos grabar desde el celular a un tercero y exhibirlo sin su consentimiento? ¿Dónde está aquella vergüenza al evidenciar nuestra ignorancia cultural? ¿Por qué parece que hoy la estupidez está por encima de la sagacidad? ¿Desde cuándo ser famoso —banalmente famoso— lo es todo? ¿Por qué hoy lo privado se diluye para convertirse en algo público? Palabras como pudor, modestia, humildad, sobriedad y templanza se han retraído para dar lugar a presunción, desvergüenza, descaro y cinismo.
Son tiempos más que hedonistas. Se vive para disfrutar y entre más pronto mejor. La búsqueda del placer, en todos los sentidos, lleva a vivir una vida de recompensas inmediatas que olvida la importancia de la espera como espacio de meditación. Mucho placer y rápido, es la premisa.
¿Hoy ya no se distingue lo bueno de lo malo? Suponer eso caer en un nihilismo, un valemadrismo filosófico que nos quita responsabilidad sobre el actuar. Por supuesto que reconocemos el bien del mal, solo que parece no importarnos, sí, otro valemadrismo, pero este temporal. El mismo san Agustín de Hipona, aquel hombre disoluto que probó las carnes de tantas mujeres y finalmente alcanzó la santidad, dijo: «Señor hazme casto, pero todavía no». En sus Confesiones, sabiendo la fuerza de su gusto por los placeres sensuales, decidió aplazar su conversión. «Señor hazme casto, pero todavía no» es el «Ahorita no, joven, mañana con más calma», contemporáneo. Y esa frase de san Agustín parece ser hoy genérica: se critica la frivolidad del dinero, de las selfies, del sexo casual, de las redes sociales, pero se posterga su meditación en torno a su regulación. Se quiere ser casto, pero no hoy. La exactriz porno Mia Khalifa se convirtió en una crítica acérrima de la industria para adultos diciendo que esta es «perversa y manipuladora» y que ella fue una víctima. Sin embargo, en su momento Khalifa bien sabía los riesgos y decidió tomarlos. Pudo ser casta, pero dispuso que aún no. ¿Por qué posponer? ¿Por qué el deseo de alejarse de la banalidad y lo insustancial, pero también la pretensión de dejarlo para mañana? Un mañana que muchas veces no llega y se queda tan solo en intención. El «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy» se convierte en terrenos morales en aquel «no dejes para mañana lo que puedes hacer pasado mañana». Parece que es más cómodo vivir una vida sustentada en el reconocimiento fácil y en aquello que el dinero puede comprar que renunciar a las tentaciones actuales. Cuando a la influencer Karely Ruiz la criticaron por su embarazo y el hecho de que su descendiente fuera objeto de burlas dada su profesión, respondió que si quisiera podría comprar una escuela solo para su hijo y educarlo ahí, diciéndole además a sus detractores que siguieran en sus casas miserables mientras ella continuaba facturando desde su gran mansión. De la misma lógica monetaria hace uso el empresario Ricardo Salinas: a cualquier comentario negativo que le lanzan su respuesta es la exhibición de sus muchos millones. Los arcones llenos de dinero sirven como dique para contener los ataques. Esta no es una crítica a la profesión de la señora Ruiz o al empresario —exitoso, se debe reconocer— Salinas, sino a la falta de argumentos morales y al uso de un discurso vacío para defender una postura, sea esta la que sea. Nos dejamos llevar por lo aparente y lo trivial. «Wendy Guevara me cae bien», dicen unos, «Karla Sofía Gascón me cae mal», dicen otros. Y bajo esta percepción se arma el debate que Wendy es mujer y que Karla Sofía es un macho oportunista, cuando en realidad ambos son trans. La simpatía parece ser quien también ahora determina el género. Falacia ad hominem. Reglas de las redes sociales.
Queremos ser castos, pero no hoy. Hoy deseamos hablar con el lenguaje más insurrecto que encontremos, comprar futilidades, fotografiar nuestra comida y exhibir la mediocridad como un triunfo. La vida es larga, parecemos creer. Craso error. «Mañana con más calma», decimos.











