En el ámbito artístico renacentista, sprezzatura refiere a un error intencionado, a equivocarse de manera consciente para mejorar algo. En la pintura, sería como forzar la perspectiva para que se ajuste a nuestros supuestos de proporción. Dicho en otras palabras, «lo hago mal para que se vea bien». Mirando el David, de Miguel Ángel, son claras sus anómalas dimensiones en las manos (grandes) y el pene (chico), además de la supresión de la masa velluda genital, apenas un tímido montículo sobre el no menos apocado miembro. Había intención. Los pelos remiten a la animalidad, al descontrol, por eso el escultor coloca los mínimos. En la moral del Cinquecento lo peludo es grotesco, lo pelado —sin pelos— es fino: David no tiene pelos, el sátiro Silenus, sí. En un contexto mexicano, el pelado alude al grosero, al poco instruido, quizá en referencia a los pelones de los hospicios. Pero también, decir «el peludo ese» apunta a alguien que desdeñamos. A como sea, los pelos —o ausencia de ellos— dan la pauta.
Pelarse es ‘irse’ y, en otra medida, ‘morirse’. «Se peló», decimos para alguien que se fugó o ha fallecido. El «¡Chiras pelas!», hermosa frase a la que le queda poco tiempo de vida —quizá una generación, nada más—, señala esa jugada en las canicas donde si golpeas dos piezas contrarias —«chiras»— irremediablemente estás «pelas», esto es, fuera del juego. El cronista urbano Chava Flores lo expone en una cómica canción —Pichicuás y Cupertino— al decir que «las chiras son al tiro», queriendo expresar lo mismo. «Pelar», en alusión al pelo, está en palabras como «pelagato» y «pelafustán», el primer término a la posible costumbre en las clases desprotegidas de pelar felinos para su ingesta y el segundo en relación a una tela peludilla de baja calidad, el fustán. Algo parecido ocurre en la película mexicana de 1972, El medio pelo, donde las clases sociales son demarcadas por una taxonomía pilosa: los de bajo estrato son la pelusa, lo clasemedieros son de medio pelo y los pudientes son identificados con el terciopelo, según la discriminante, aunque simpática, categorización impuesta por la actriz Amparo Rivelles.
Ahora, «pelar», utilizado como metáfora de «arrancar», elimina el concepto de «pelo», pero mantiene la idea de un recubrimiento indeseable. Pelar una naranja es quitarle el excedente para llegar a la esencia. Y aquí inician los problemas, porque solicitar esa acción con un «¿Me la pelas?» se presta a la guasa, y con toda razón, pues el Diccionario de la lengua española define «Pelársela» como ‘Dicho de un hombre: masturbarse’. Esto es claro al eliminar los signos interrogantes del enunciado anterior para convertirlo en uno exclamativo: «¡Me la pelas!». Pelársela —en terminología machín— es friccionar tanto el falo que acaba desprendiéndose la piel que lo recubre, quedando la pieza descarnada, desollada, aunque posiblemente satisfecha. Son tiempos iconoclastas, hoy el «¡Me la pelas!», es usado sin prejuicio alguno por las mujeres, dejando atrás un lenguaje moralino que las pondría al mismo nivel del personaje de la Pelangocha (pelos, otra vez), para indicar que alguien está por debajo de ellas en términos intelectuales, económicos, estéticos o morales.
«Está de pelos» significa que algo está en onda, término de la jerga hippiosa sesentera, aquella que coquetea con la idea de un Jesús rebelde, por su larga melena, como la del Che Guevara o los integrantes del grupo The Beatles, todos peludos, pero no pelados, no confundamos.
Pero la moral viene de la palabra ‘moda’, así que lo que es, no es para siempre y en todas partes, por lo que Miguel Ángel con su sprezzatura quiso representar la fuerza moral en David, arquetipo del hombre, creando una obra de pelos y, sin embargo, carente de ellos.
Por: Alejandro Ahumada (WCLS)
