La defensa de los derechos de las mujeres en México enfrenta serios cuestionamientos. Denuncias recientes exponen que, lejos de brindar justicia, las instituciones encargadas de protegerlas terminan reproduciendo prácticas de revictimización, indiferencia, humillaciones y un trato carente de empatía y sororidad.
La Fiscalía Especializada en Delitos de Violencia contra la Mujer y Trata de Personas (FEVIMTRA), que depende de la Fiscalía General de la República (FGR) y está dirigida por Leticia Catalina Soto Acosta, se encuentra en el centro de las críticas. Diversos casos de violencia contra mujeres han permanecido detenidos durante años sin que se judicialicen. Mientras tanto, las víctimas no solo siguen expuestas a riesgos graves, sino que además deben enfrentar un trato insensible, lleno de obstáculos burocráticos, falta de atención y actitudes que terminan por lastimarlas aún más.
Estas omisiones violan lo establecido en la Ley General de Víctimas y la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, además de incumplir los compromisos internacionales de México, como la Convención de Belém do Pará y la CEDAW, que obligan al Estado a proteger y garantizar justicia efectiva a las mujeres.
El Tribunal Federal de Justicia Administrativa (TFJA), a través de su Comisión de Género presidida por la magistrada Magda Zulema Mosri Gutiérrez, también ha sido señalado por invisibilizar denuncias relacionadas con violaciones a los derechos humanos de mujeres. En lugar de ser un espacio que garantice igualdad, las víctimas señalan que se ha convertido en un órgano omiso, sin acciones concretas de acompañamiento ni defensa.
El contraste es doloroso: mientras el discurso político celebra el llamado “tiempo de mujeres”, en la práctica, muchas siguen topándose con puertas cerradas, con funcionarios sin empatía y con la impunidad como regla.
Hoy, el clamor es urgente: revisar las fallas en la FEVIMTRA, exigir cuentas a la Comisión de Género del TFJA y lograr que la justicia con perspectiva de género deje de ser un discurso para convertirse en una realidad palpable. La transformación solo será auténtica cuando las instituciones ejerzan la sororidad con hechos y no con palabras.
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