El Secretario de Salud, David Kershenobich Stalnikowitz manifestó en la mañanera de este día que el sector salud está haciendo su parte: apertura de hospitales de primer nivel en varios estados, campañas de vacunación masivas, brigadas móviles y rutas de medicamentos que aseguran abasto al 100 % en entidades como Tabasco, Chiapas, Oaxaca y Veracruz. Las autoridades avanzan, pero la pregunta es: ¿y en casa, qué estamos haciendo los padres?
No basta con más quirófanos y camas hospitalarias si seguimos llenando las mesas de refrescos de dos litros, si la frase más común en las fiestas infantiles sigue siendo “¿te sirvo un refresco?” o si premiamos la obediencia de nuestros hijos con una botella azucarada. Cada vaso de refresco abre la puerta a enfermedades que se cobran vidas silenciosamente todos los días.
Los números que deberían estremecernos
En 2021, 118 mil muertes en México se atribuyeron a un índice de masa corporal elevado, lo que representó más del 10 % del total de defunciones y la pérdida de 4.2 millones de años de vida.
La diabetes mellitus tipo 2 es ya la segunda causa de muerte en el país, con más de 151 mil defunciones en 2020, y la primera en generar discapacidad permanente.
Hoy, el 36.9 % de los adultos viven con obesidad, mientras que la obesidad abdominal afecta a 8 de cada 10 mexicanos.
México lidera el ranking mundial en obesidad infantil: 37 % de los niños de primaria y 40 % de los adolescentes ya viven con sobrepeso u obesidad.
La proyección es devastadora: para 2035, más de la mitad de la niñez sufrirá sobrepeso, reduciendo en al menos 4 años la esperanza de vida frente a sus padres.
El contagio de un mal hábito
Los estudios son claros: si los adultos consumen refrescos, los adolescentes tienen 9 veces más probabilidades de hacerlo y los niños menores de 2 años casi el doble. Se hereda no solo el gusto, sino la normalización de un producto que impacta el cerebro como cualquier adicción.
El azúcar activa la dopamina en el cerebro, genera tolerancia y crea hábitos dañinos. Su efecto es similar al de drogas como el cigarro o el alcohol: mientras más se consume, más cantidad se necesita para obtener la misma sensación de placer. Así, se refuerza de manera artificial una “satisfacción emocional” que esclaviza desde la infancia.
Y lo más grave: los picos de glucosa provocan subidas momentáneas de energía y ánimo, seguidas por bajones, irritabilidad, ansiedad y hasta depresión. Esa montaña rusa emocional convierte al azúcar en un círculo vicioso que atrapa como cualquier otra droga de adicción.
Autoridad y familia: corresponsabilidad
El gobierno ya restringió la venta de comida chatarra en escuelas, impulsa jornadas de salud escolar para pesar, medir y orientar a millones de estudiantes, y ha reforzado la infraestructura hospitalaria con unidades de alta especialidad. Todo eso es importante. Pero de nada servirá si en el hogar seguimos normalizando que la modernidad se mida en litros de azúcar.
Padres, el mensaje es claro
La salud no comienza en los quirófanos ni en las campañas oficiales, sino en la mesa familiar.
- Dejen de heredar malos hábitos: el refresco no es premio ni compañía de cada comida.
- Sustituyan las bebidas azucaradas por agua, frutas y aguas frescas tradicionales.
- Promuevan la actividad física diaria: no hay excusa válida frente a la vida de sus hijos.
- Rompan el ciclo: no cambien vida por bebida.
Hoy, la diferencia entre perder generaciones enteras en hospitales o ganar futuro en salud está en las decisiones que tomemos como padres. La autoridad cumple, ahora hagamos lo propio en casa.
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Grace Bravata (FOH)










