Abundan en la red imágenes de Marilyn Monroe leyendo. Lo atrayente de ellas tiene un toque de morbo y prejuicio, nos cuesta compaginar la idea que una mujer cargada de sensualidad lea. Quizá ese fue el éxito de la pornstar Mia Khalifa, que hizo de sus anteojos un aditamento tan importante como su lencería. Un aire de intelectualidad discordante en un ambiente que no precisa de las de letras, el mundo del porno, por supuesto. La sensualidad y la inteligencia no se llevan, marcan los estereotipos. La rubia tonta es parte de un imaginario social tan arraigado como el del viejo sabio o el niño inocente.
Es claro que la inteligencia tiene tintes estéticos, la serie The Big Bang Theory se sostenía en ellos. Los listos son feos, y los guapos tontos. Pero la estética no indica solo una cualidad erudita, sino también moral. En las narrativas pornográficas, los senos pequeños sugieren candor; las mamas generosas, experiencia y voluptuosidad. Ante esta lógica, solo bastaría revisar la medida del sostén para saber la calidad moral de su usuaria. Qué estupidez. El entrecruce de las triadas belleza, inteligencia y bondad, junto a la fealdad, torpeza y corrupción, es clara en El bueno el malo y el feo, película western, de 1966. Ahí el bueno es hermoso y listo, mientras el malo es feo y ruin.
Parte de los problemas sociales contemporáneos obedecen a la tradición de pensar lo malo como feo, grande, arrítmico, discordante o sucio. Nos guiamos no tanto por lo que vemos, sino por lo que sabemos de lo que vemos. Ante la opinión pública, si la propela de una embarcación cercena a un delfín, la tripulación sería tildada de irresponsable e imprudente, y la noticia se tornaría viral, pero si la víctima fuera un tiburón, el tema pasaría sin pena ni gloria. Hace unas semanas, el cotilleo eran los comentarios vertidos por Javier «El Chicharito» Hernández. «Misógino» y «machista» fueron algunos de los adjetivos que caían sobre él. Escándalo público. Sin embargo, lo dicho por él no se acerca en nada a las exitosas melodías contemporáneas que buscan objetualizar a la mujer. Es decir, si «El Chicharito» hubiera musicalizado sus dichos, posiblemente sus críticos, ellos y ellas, las hubieran bailado con una cerveza en la mano.
En un conocido experimento social, colocan frente a un niño un muñeco blanco y uno de color negro. Al preguntarle cuál es el malo, su mano se extiende para señalar el oscuro. Para los infantes no existe duda, lo lúgubre y tenebroso marcha por un sendero poco iluminado. Esta correspondencia entre maldad y estética fue aprovechada durante el juicio de O.J. Simpson, el exfutbolista afroamericano acusado de asesinar a su esposa y amante, en 1994. La revista Newsweek, que le apostaba a su inocencia, publica en su portada la foto de Simpson mientras era fichado por la policía. La misma imagen fue reproducida en la cubierta del semanario Time —una publicación que lo consideró culpable desde un inicio—, solo que alteraron los contrastes, haciendo el negro más negro y al culpable más culpable. Misma razonamiento que impera en la utilización de los filtros digitales que despigmentan la piel: entre más blanco, mejor.
La intelectual Susan Sontag, al serle diagnosticado cáncer de mama, escribe La enfermedad y sus metáforas, un libro donde analiza cómo la tuberculosis y el cáncer se vuelven más despreciables para el enfermo dada la mirada social. La construcción de la enfermedad afecta tanto o incluso más que la enfermedad misma. Una muerte doble, espiritual y corporal. Los prejuicios de los que habla Sontag son los mismos que se arraigan en la incongruencia de Marilyn leyendo. No siempre lo negro es malo y lo malo feo.
POR: Alejandro Ahumada











