Hace un tiempo, una influencer fue tendencia por decir que «Todos se ofenden por todo» y por una respuesta que articuló a una crítica sobre ello: «Es que ni diciéndoles que parecen pendejos, ofendiéndose por todo, dejan de ofenderse por todo» (sic), escribió en Twitter. No me interesa ella, pero sí la frágil estructura psíquica de aquellos que se agravian con la versión original de Blanca Nieves, la de 1937, y llaman acosador al príncipe, pero corean gustosos letras tipo «Si sigues en esta actitud voy a violarte, hey que comienzo contigo […] así que no te pongas alsadita yo sé que a ti te gusta porque estás sudadita», de un tal Jiggy Drama. Me atañe en particular la ofensa de algunos por la utilización de la palabra «pendejo».
De origen, «pendejo» refiere a los nacientes vellos púbicos. Llamar «pendejo» a alguien era insinuar su incipiente vellosidad genital, los adolescentes, digamos. Después, la palabra «pendejo» pasó a signar a los mancebos que por tener apenas pelo se sentían mayores y querían adoptar actitudes de adultos. Así, un pendejo era igual a alguien sin experiencia en la vida, pero que actuaba como si la tuviera, acepción que hoy se utiliza y que a muchos ofende.
Los pelos, por generalizar el nombre del filamento, poseen un peso social que bien nos recordó la palabra «pendejo». El poderío de Sansón estaba en los pelos de la cabeza, su melena es una metáfora de la potencia masculina: al cortársela lo castraron dejándolo impotente, sin potencia, sin poder. La influencia de este relato bíblico llega a nosotros para indicarnos el nivel de pelos en un «hombre de verdad»: uno «de pelo en pecho» es lo ideal, se cuenta. «Soltarse el pelo» es desabrocharse ataduras sociales, mientras que una buena descripción debe contener «pelos y señales». «No tiene un pelo de tonto», se comenta del listo, y al que no lo es «le toman el pelo». «Medio pelo» habla de calidad regular, punto medio entre lo corriente —la pelusa— y lo fino —el terciopelo— y quien presume de sincero dice «no tener pelos en la lengua» ¡Hasta los pelos de la burra parecen ser importantes!, tenerlos en la mano acredita la veracidad de nuestro discurso.
Con todo y los pendejos, los pelos no están de moda; los hirsutos se lo depilan. Anacrónica se ve aquella famosa imagen del peludo actor Burt Reynolds recostado sobre una piel de oso para la revista Cosmopolitan. Total erotismo setentero. «Era muy joven y muy estúpido», habría dicho Reynolds años después sobre esa fotografía. Otra vez la relación entre juventud y estupidez, palabra eufemística para pendejez. La tendencia de la eliminación del pelo corporal nos viene de la pornografía y su necedad de ver más allá. El pelo vela, tapa, cubre. Para el porno heteropatriarcal, es una revestimiento que impide llegar visualmente hasta la viscosa zona de la penetración misma, punto omega de toda su estructura. Si el vello indica adultez, la propensión actual por depilar es regresar los cuerpos a estadios juveniles eternamente preadolescentes.
Así pues, la pendejez y la inexperiencia van de la mano, generalmente de un cuerpo apenas asomando pilosidad. Si algún joven lee esto no debe temer, pues «la juventud es un defecto que se quita con el tiempo»… y consecuentemente la pendejez. Angustiémonos mejor por aquellos no-jóvenes que —teniendo o no teniendo pelos— ven en la pendejez una aliada, pues para ellos no existe excusa.
POR: Alejandro Ahumada










