Cuando se escucha la frase «el tamaño importa» inmediatamente los significantes «tamaño» e «importa» se asocian a la anatomía masculina. En los juegos olímpicos de Paris 2024 tomó relevancia el viejo debate sobre lo importante de las envergaduras cuando los genitales del atleta francés Anthony Ammirati le estorbaron, ya que en el salto con pértiga su miembro rozó la barra horizontal causándole descalificación. Un problema de garrochas. El tamaño importa.
Pero la importancia del tamaño ha virado en recientes años del falo a los senos, dándole incluso a estos un estatus de autorización celestial al decir que «sin tetas no hay paraíso». La absurda y asfixiante estetización contemporánea sobre el cuerpo femenino ha creado narrativas que se toman como verdades acerca de la necesidad de unos grandes y turgentes pechos. Colombia, país que acuña la frase citada, normaliza el aumento mamario al punto de ofrecerse como regalo cumpleañero al llegar a los quince. Adiós al viaje en crucero. Bienvenidas las tetas.
El hecho que entre las jóvenes el aumento de senos esté resultando algo que no se cuestiona sino que debe de hacerse llevó hace un tiempo a la exlegisladora argentina Mara Brawer a proponer una ley que prohíba cualquier intervención quirúrgica de corte estético en menores de edad. Y es que la fórmula «senos igual a estabilidad emocional» parece ganar adeptos. La promesa de aceptación al tener una estética compartida está siendo irrebatible. «Me siento una Barbie. Es la imagen que quería de chiquita y hoy estoy cerca de eso», dijo una joven al preguntársele sobre los centímetros cúbicos de silicón injertado. El tamaño importa.
Una más. En la pasada marcha del Día de la mujer, una fémina con megáfono alentaba a repetir una frase que con rapidez se filtró en el gusto popular: «¡La cultura de dieta es violencia patriarcal!», que traducido puede quedar como «el tamaño del cuerpo no importa, lo que importa es la persona», un llamado cartesiano que presupone la separación del cuerpo y el alma. La cultura woke a insistido en que no se debe hablar de los cuerpos ajenos, una premisa absurda e insostenible, pues sí que se debe hablar ellos si estos interpelan los actuales conceptos sociales de salud. Aristóteles mismo comenta en su Ética a Nicómaco que «a quienes son feos por naturaleza nadie los censura, pero sí a quienes lo son por falta de ejercicio y de cuidado», para rematar más adelante: «entre los defectos referentes al cuerpo, son censurables los que dependen de nosotros». Un asunto de voluntad. Así, el tamaño corporal de la entusiasta marchista e influencer es importante pues quiere extrapolar su historia personal a un imperativo social, esto es, por más que busque los argumentos sobre lo violento de los discursos estéticos —patriarcales o no— es clara su relación con los alimentos. Su tamaño es un problema, no estético, sino de salud. El tamaño importa.
El tamaño importa, sí, pero no tanto como fuente de placer o cualidad de belleza. Ir por la vida con sentencias fundamentalistas como la que afirma la importancia del tamaño reduce el debate y hace maniquea cualquier interpretación. Al decir en esta columna que el tamaño importa se está expresando en contrapunto que no. No es una contradicción, sino un intento de establecer que cada caso es distinto, que cada situación requiere su cuota de análisis y que un pene, unas tetas o un cuerpo no necesariamente demerita o aumenta su calidad en relación a su volumen. Son sus circunstancias lo que los empequeñece o los engrandece. El tamaño importa… y a la vez no.











