En 1914 escribe Sigmund Freud que siendo todavía un joven docente auxiliar le fue trasladado el caso de una mujer con un cuadro histérico. Ya en la vivienda de ella se enteró que a pesar de estar casada hacía dieciocho años aún era virgen, pues el marido padecía una impotencia absoluta. «La única receta para una enfermedad así [la de la mujer] nos es bien conocida», le dijo a Freud el médico que originalmente la atendía, «pero no podemos prescribirla», esta sería: «Dosis de pene normal. Repetir» (Penis normalis dosim. Repetatur!). Freud pensó que la receta era cínica, pero con todo y eso emanaba de una sabiduría popular que ha visto siempre en ella un placebo para calmar temperamentos iracundos. «¡Malcogida!» —o «¡Malcogido!», ya que en estos menesteres el género es irrelevante— se dice sin falsos cultismos de quién se sospecha que en el origen de sus dolencias está la falta de una Penis normalis dosim, es decir, de aquellos con los que el convivir de forma cotidiana resulta tortuoso se conjetura ausencia de divertimentos de alcoba.
Cierto o no, siempre se muestra anecdótico cómo el sentir comunitario reduce la conducta histérica o algún lapsus en el lenguaje a ausencia del acto coital. Bajo el traído «El que hambre tiene en pan piensa» se asume que toda la apetencia apunta al pan, en este caso metáfora del sexo. Y es que los lapsus de carga sexual son, si no los más interesantes, al menos sí los más evidentes por la catarsis desternillante que generan en el oyente. El ex presidente del Gobierno de España, Rodríguez Zapatero, confundió en una celebérrima conferencia de prensa «follar» por «apoyar», y algún tiempo después dijo ante el Pleno del Congreso «Anuncio que compareceré en esta cama», pero dada la risa de los presentes recula diciendo «En esta Cámara, compareceré en esta Cámara». Por otro lado, Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, erró en un discurso nacionalista tratando de citar las Sagradas Escrituras al expresar «Así como Cristo multiplicó los penes…, perdón, los peces». En meses pasados, el expresidente argentino Alberto Fernández equivocó en una conferencia el nombre de la revista política Garganta poderosa por el de la película pornográfica Garganta profunda; al darse cuenta del lapsus repitió ocho veces el nombre correcto, «poderosa, poderosa, poderosa,…» decía en tono suave para acallar cualquier mal entendido… o al incrédulo superyó que desde su cabeza lo reprendía avergonzado. El daño estaba hecho, los memes circularon.
Doña Prisca, aquella solterona con donaire pudiente y diluida sangre aristócrata de la película mexicana Tlayucan, era reconocida por su carácter amargado. Finalmente encuentra la compañía y el ímpetu masculino en la presencia del joven menesteroso de la localidad, el invidente y sucio Matías, que con su llegada le edulcoró el temperamento. En esta cinta nominada a un Oscar como mejor película extranjera, el director asienta con sutileza que los padeceres de Doña Prisca se debían a la ausencia de un hombre en su vida y no tanto a la falta de amor o exceso de soledad. Ella es el antecedente del simpático personaje Chabela, ese interpretado por la actriz Nora Velázquez. Chabela es una beata que juega con el doble sentido y la entonación de su discurso en el confesionario. Su represión le hace ver lujuria, impudicia y obscenidad en eventos y objetos sin trascendencia; para ella, un inocuo cirio de iglesia es un falo grande, grueso y duro, aunque siempre acaba negándolo y aventando las culpas. Su condición de viuda refuerza la idea de abstinencia sexual, apuntalando así el cliché freudiano.
Para aquellos que pueden, la receta frente a un espíritu quejoso parece ser no el amor, sino una Penis normalis dosim, un momento extático y que en su catarsis libera —aunque sea de forma temporal— las angustias del alma. ¿Receta insustancial, vana y vacía?, quizá, pero parafraseando al cínico de Woody Allen, de todas las recetas vacías, el sexo es una de las mejores.
POR: Alejandro Ahumada










